martes, 25 de febrero de 2014

no cantes más La Africana...

No cantes más la Africana, 
vente conmigo a Aragón 
y allí la Jota que es gloria 
nos cantaremos los dos. 
Vente conmigo y no temas 
estos lugares dejar 
que lo que aquí es prima donna 
reina en mi casa será.

jota regolvedera de "El dúo de La Africana" 


El domingo día 23F tuvo lugar en el Teatro Arriaga de Bilbao la última representación de esta pequeña joya, "El dúo de La Africana", dirigida magníficamente por Emilio Sagi. Al ingenioso libreto de Miguel Echegaray se añadieron en esta ocasión algunos números que no sólo no desmerecieron en absoluto, sino que dieron aún  más lustre a esta pequeña obra de arte. El principal de ellos fue el protagonizado por Enrique Viana, que fue todo un descubrimiento para quien esto escribe.


 Qué decir de "La Antonia", es decir, la Antonelli, Selika, o sea, Mariola Cantarero... "Africana, gitana, nacida muy cerca del puente de Triana..." Si es una gran cantante es aún mejor actriz. Pero si es una enorme actriz, aún es mejor cantante. Todo un disfrute. En la representación del domingo 23F, la Antonelli sufría un percance: uno de los enormes pendientes que llevaba cayó al suelo. Bajar a buscarlo con aquellas apreturas que llevaba... todo un ejercicio de gimnasta con cuerpo de otra cosa... Una vez allí abajo, tras recuperar el pendiente se dio cuenta de que no era posible volver a subir... y tuvo que pedir ayuda, "ayúdame a subir!" El percance se convirtió en una ocasión más para demostrar la "grandeza" de esta gran actriz, de esta gran cantante, y para demostrar que la Zarzuela es también, sobre todo, teatro para grandes actores y grandes actrices, y ópera para grandes cantantes.


El dúo de La Africana, es una delicia en todos los sentidos. Por la frescura de su música y el ingenio de su jugoso libreto. Una delicia también la actuación y la interpretación de Mariola Cantarelo, Javier Tomé, Enrique Viana, Felipe Loza, Gurutze Beitia, las sastresas, y el pequeño Coro Rossini... Rubén Fernández Aguirre, al piano, dejó claro que no hacía falta más y que la orquesta sobraba. La puesta en escena, de una elegante simplicidad, fue sincera, hermosa, equilibrada y acompañó a la perfección a una gran representación.